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4 de enero de 2010

Ecos fragmentarios (parte 2)



La historia interminable o metáforas para un parto



Por Margarita Hernández Martínez



Imaginar es desprenderse del hábito de la realidad. Sobre todo cuando es tan abrumadoramente trivial y empuja a desmemorias y vanidades. Es catapultarse por resortes inesperados a los edenes propios. O crear un lenguaje y transitar por él: leer, escribir: doble opuesto para registrar y rescatar de la muerte el producto de mirar con ojos frescos lo que ya se ha gastado por la adultez de la formas. En el peor de los casos, imaginar sirve, aunque sea, para mentir, sin que esto signifique evasión o locura.

La fantasía agoniza por la falta de conocimiento, de pertenencia a un grupo: es decir, por la carencia de un nombre. Cuando Bastián Baltasar Bux le proporciona uno al antiguo reino de Fantasia, ingresa a él con la inocencia eternamente atribuida a los niños. Primera anticipación del parto en el texto: abandonarse a las impresiones imaginarias. Sin embargo, él mismo no tarda en ceñir a su pequeña figura la máscara del poder de salvar a través del deseo formulado y, así, también se apropia de la cadena de la peor de las torturas: ser un adulto insufrible que pierde la imaginación y los vocablos a medida que gana soberbia.

La única forma de salir de la corrupción es retornar a tan idílica infancia mental. De manera altamente simbólica, Bastián vuelve poco a poco al solaz del mundo materno, a la oscuridad de su entraña y a la delicia de un líquido amniótico que los demás mortales conservan solamente en las lágrimas, pierde el lenguaje en la más absoluta de las desnudeces: la que desliza desde las ropas hasta el nombre. Recreación del parto hecho consciente, el protagonista se empapa en el renacimiento y es apresado por dos mundos que jamás se disuelven: todos los opuestos contenidos en Áuryn, que ennoblecen y arruinan todas las vidas humanas.

En medio de este largo proceso hay un sinfín de aventuras que le han valido a este brillante texto, entre las consciencias estrechas, su clasificación como literatura infantil. Empero, el descubrimiento del parto nos alienta a seguir más allá, en una lectura que conduzca al lector (si se atreve) al encuentro consigo mismo, con la Fantasia que vive en su interior y la que se extiende fuera de él, puesto que no sólo leemos grafías que forman secuencias de palabras: cada gesto, por mínimo que sea, es una invitación a parir desde nuestra propia matriz (sea hombre o mujer) el universo distinto que desatan los entresijos de la mirada, a asistir al nacimiento de la imaginación, la palabra y el universo.



Michael Ende, La historia interminable, Alfaguara, México, 2003.

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