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4 de enero de 2010

Ecos fragmentarios (parte 4)



Ananga ranga: más allá de los confines del cuerpo


Por Margarita Hernández Martínez


Vivimos una época insólita en materia de intimidad: mientras encendemos la televisión y vemos las ansias por sobrevivir de extraños confinados en una casa vigilada, alguien puede espiarnos el correo electrónico y robarnos la identidad un rato, justo después de volver de un centro comercial que videograba la más mínima actividad de los clientes. Nadie está excluido, de tal suerte que, de un modo bastante curioso, hemos comenzado a perder la capacidad de sentirnos cerca de nosotros mismos. O de otra persona.

Esta carencia deriva en desconfianza y desconocimiento. En un mundo así, parece ocupación de ociosos o morbosos –sobre todo de estos últimos, ya que está grotescamente ilustrado y se encuentra en los mismos estantes de literatura pornográfica– la lectura del Ananga ranga o El escenario del amor, título de uno de los muchos libros hindúes dedicados a desvelar los obscuros secretos de alcobas adornadas con espejos, perfumadas con aloe y habitadas por amantes. Ante él, en un principio, sólo cabe hacerse una pregunta: ¿qué lo hace distinto del resto de los manuales dedicados a instruir sobre el placer?

En esencia, nada. Simplemente que, en la vulgaridad en que se encuentra inmersa la ignorancia de los compradores y vendedores de pornografía burda, constituye una inmensa veta de cuestionamientos al molde y a la convención, al pudor falso y a la negación del cuerpo aún imperantes en nuestra sociedad. Conócete a ti mismo, dijo el Oráculo de Delfos, y es lo mismo que grita Kalyana Malla. Descubre tu cuerpo y el de tu amante, no temas a su forma, sus insuficiencias y profusiones. Acarícialo como el bien precioso que es, y disfrútalo, porque –dice el libro– lo depravado no es entregarse a la pasión, sino fingir que no existe y cercenar, así, una parte de nuestra personalidad.

El texto está pensado para fomentar la unión vitalicia de los esposos, cosa bastante infrecuente en estas épocas distraídas. Conoce a tu pareja, parece añadir Kalyana Malla con una sonrisa complacida. A través de las caricias, accede a su alma y vete a vivir en ella. En el camino, el poeta señala consejos tan modernos –¡qué ingenuidad la nuestra de creer que esto era nuevo!– como la intrincada pero necesaria búsqueda del punto G. Asegura que, de perseverar en esta y otras delicadezas, los amantes tendrán la sensación de dormir cada noche con una persona distinta a la que, sin embargo, comprende perfectamente y a la que se siente unida por un gran cariño.

De aquí deriva la clave que hace valioso al Ananga ranga: su carácter de mapa de viaje al centro del auténtico erotismo y de la verdadera intimidad, más allá de los confines del cuerpo. La invitación es que cada uno vaya a la librería más cercana y, haciendo caso omiso de las decepcionantes ilustraciones de la mayoría de las ediciones y del gesto de exaltación que pondrá el vendedor, se aventure a la creación de sus mapas particulares, y sobre todo, involucre en su desnudez algo que trasciende al instinto natural de los amantes y funciona mejor que el Power Sex y el Multi-O. Algo que, al igual que el autoconocimiento, no abunda en estas épocas. Se trata del amor.

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