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16 de junio de 2010

Tras la deslumbrante identidad en Vértigo y fruto, de Yunuen Esmeralda



Por Margarita Hernández Martínez


Toluca, Estado de México.- Óscar Wong, poeta chiapaneco, sentencia: “entre la libertad de ser y la aspiración de trascender, prevalece la afectividad para transgredir, desafiar y solazarse con las palabras, hasta llegar a la emoción convertida en imagen: he ahí lo que los filósofos conciben como intuición estética”. Efectivamente, un hondo presentimiento por la palabra poética, más allá de sus aspectos formales, constituye el corazón de Vértigo y fruto, la primera entrega literaria de Yunuen Esmeralda.

Publicada por el Instituto Mexiquense de Cultura e incluida en Piedra de Fundación y en la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario, esta colección de poemas concilia el asombro y el descubrimiento de todos los días con el contacto instantáneo y permanente con la verdad del ser humano. Dividida en cuatro apartados –como los cuatro puntos cardinales, los cuatro elementos y las cuatro estaciones: es decir, como la esencia totalizadora de la vida–, se sostiene alrededor de un lenguaje desbordante, fuerte y preciso, repleto de metáforas bellas e inesperadas.

La primera parte, “Cantos de media luna”, reúne siete poemas en los cuales el diálogo entre los amantes deriva en una intensa búsqueda personal, encarnada en la interacción entre versos cortos y largos, que rozan la prosa poética. En segundo lugar, “Coyolxhauqui” engloba cuatro textos de aliento creciente, los cuales tejen su inspiración alrededor de la imaginería prehispánica. De esta manera, se encuentran poblados de aguamiel, espinas de maguey, nombres de divinidades y evocaciones a sitios arqueológicos que, de nueva cuenta, desembocan en la exploración de la identidad personal.

Por otro lado, “Sólo se habita” contiene un único poema, en el cual predomina la experimentación, tanto en el terreno verbal como en el formal; así, las palabras y su disposición en la página guardan una íntima correspondencia con las ideas centrales de cada texto. Finalmente, “Por eso hay que romperse” agrupa dieciséis poemas que, a través de una voz sabia y sentenciosa, plena de humor y cercana al lenguaje coloquial, aspira a indagar otra vez en el origen y a reconocer los fragmentos del caos, sobre todo dentro de la rutina que supone la vida cotidiana.

Así, con construcciones verbales que se acercan al versículo, Yunuen Esmeralda consigue crear poemas de una sonoridad plena y rotunda, provistos de emoción y, al mismo tiempo, de una propuesta estética que invita a detenerse en el poder de las palabras. Impulsadas por un universo de imágenes fecundas, de emotividad y estremecimientos, sus páginas se dejan vislumbrar en “un crecer de eternidades en fuga”, en el cual la luz y la sombra se confunden y se adensan. Por último, sus lectores podrán comprobar que “hay belleza en lo impensado”, pues la propuesta poética de Vértigo y fruto se desarrolla entre la serenidad, la sorpresa y la memoria.



Yunuen Esmeralda, Vértigo y fruto, Instituto Mexiquense de Cultura (col. Piedra de Fundación / Biblioteca Mexiquense del Bicentenario), Toluca, 2008, 74 pp.



* Reseña originalmente publicada en semanas anteriores en Milenio (Estado de México).

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