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13 de enero de 2008

La Biblioteca Mexiquense del Bicentenario: tentativas y fallas


Por Isabel Estambul

¿Qué tienen en común los cuentos y las novelas de Alejandro Ariceaga, una monografía ilustrada que gira en torno al ciclo del agua, las memorias circenses de Alfonso Sánchez García y un puñado de consejos que Benito Juárez guardó para sus hijos? A simple vista, no comparten nada más que su basamento en la escritura y, por extensión, su validación dentro del nicho cultural vigente. Sin embargo, desde la perspectiva de los miembros del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal –un grupo por demás heterogéneo, constituido por funcionarios, editores y escritores–, estos textos poseen un conjunto de rasgos –oscuros, indeterminados y probablemente dispares– capaces, por sí mismos, de fortalecer la identidad mexiquense –del mismo modo indefinida, pues el Estado de México se encuentra escindido hasta por la geografía–; por lo tanto, reúnen las condiciones necesarias para unirse a una de las iniciativas editoriales más ambiciosas de los últimos veinte años: la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario.

Este proyecto, concebido como el epicentro de la política cultural de la administración pública actual y definido –con todas las reservas que el discurso oficial impone– como una “labor eminentemente popular”, se propone destinar alrededor de 30 millones de pesos –extraídos de distintas partidas presupuestales, entre las que destacan la de la Secretaría de Educación y la del Instituto Mexiquense de Cultura– a la recopilación, la edición y la publicación, en tirajes oscilantes entre los 20 y 30 mil ejemplares, de un vasto repertorio de obras históricas, literarias, científicas y humanísticas; antologías, manuales escolares y enciclopedias especializadas; libros-objeto y volúmenes de gran formato. De esta manera, según dicho Consejo, la Biblioteca –que, hasta ahora, ha producido 49 volúmenes– aspira a conformar una colección variada que, además, se halle en condiciones de transgredir los límites tradicionalmente impuestos a la cultura: por ejemplo, no se restringe a la presencia del texto en el papel –que, en ocasiones, se considera primitiva y prohibitiva, según ascienden los precios y los furores ecológicos–, sino que pretende ocupar un lugar en el ciberespacio.

En efecto, quienes se aventuran a navegar por web.edomexico.gob.mx/bibliotecabicentenario pueden leer, sin costo alguno, las primeras doce páginas de El agua. Ciclo de un destino. Y con ese tímido coqueteo –que, más bien, sabe a invitación a adquirir un libro que, desde su diseño, no se adivina barato–, pueden percibir, también, las fisuras características de los programas gubernamentales que, pese a sus buenas intenciones –en el fondo, es loable preocuparse por el enriquecimiento del acervo editorial estatal–, carecen de un fundamento práctico y realista: para empezar, resulta imposible acceder al libro completo; por otro lado, este vistazo depende de una gratuidad engañosa, dado que los lectores potenciales se ven obligados a contar con bienes y servicios onerosos, como electricidad, una computadora y acceso a Internet. En consecuencia, desde sus pasos iniciales –se trata, por supuesto, de un proyecto a largo plazo, que concluirá en 2010–, la Biblioteca contradice sus principios básicos y se sitúa fuera del alcance de la totalidad del pueblo mexiquense.

No obstante, sus planteamientos insisten en incorporar la visión cultural del Estado de México –lo que sea que ello signifique: quizás una simple expresión retórica desprovista de referentes semánticos concretos– a las celebraciones nacionales del bicentenario de la Independencia y del centenario de la Revolución; sin embargo, detrás de las imprecisiones del discurso, parecen justificar un plan que, en términos generales, debe encaminarse a “conocer y reconocer la identidad mexiquense, acrecentar la consciencia histórica y social, difundir creaciones artísticas que representen una aportación a la cultura nacional y divulgar estudios técnicos y científicos”. Esta sola lista de objetivos sugiere, más que un ejercicio de crítica y discernimiento, un trámite burocrático: una manera de simular que el conocimiento y las humanidades le interesan a un país de indiferentes analfabetos funcionales. Y no sólo porque la identidad mexiquense se encuentra todavía en periodo de fragua –no olvidemos que tal gentilicio nació, como parte de un programa político semejante a este, hace apenas 27 años; por ende, no ha conseguido unificar realidades tan distintas como la vida en el Valle de Toluca, en Texcoco o en Nezayork–, sino, también, porque el arte y la historia –aun aquellos gestados y defendidos por organizaciones y voluntades independientes– se desenvuelven en medio de obstáculos y trompicones; de forma paralela, el desarrollo científico y tecnológico permanece en la parálisis y el olvido. En estas circunstancias, es lógico que el referido Consejo encuentre más sencillo incluir en la Biblioteca “tantos títulos como propuestas existan”, con el único requisito de respetar un parámetro de calidad al que, para no perder la costumbre, le falta claridad. Y, en este contexto, resulta igualmente fácil encasillar el sentido auténtico, provocador y revelador por antonomasia, del arte y la cultura.

Independientemente de estos problemas, el telón de fondo en el cual ambiciona desplegarse la Biblioteca muestra, asimismo, múltiples fracturas: el Estado de México –acorde con las proporciones nacionales, que registran 523 librerías para poco más de 100 millones de habitantes– sólo cuenta con un puñado de librerías y bibliotecas –insuficientes para atender sus 125 municipios–, las cuales proveen un servicio limitado que, la mayoría de las ocasiones, deja mucho que desear. En un tenor similar, la desintegración entre los proyectos culturales emprendidos por las diversas administraciones gubernamentales y las instituciones educativas propician que este tipo de tentativas queden suspendidas en el vacío –dado que la generalidad de los niños y los jóvenes se aproximan a la lectura mediante los textos presentes en las aulas–. Por estas razones, resulta inútil emprender una tarea de estas magnitudes –pues editar libros no es un trabajo sencillo: consume una gran cantidad de tiempo y recursos, tanto materiales como humanos– sin haber establecido y solidificado los vínculos necesarios para asegurarse de que tanto esfuerzo rendirá frutos –y, en última instancia, reforzará la identidad mexiquense: al menos habremos leído los mismos libros–. De lo contrario, la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario se convertirá en un empeño estéril, adecuado para alardear y pararse el cuello, pero distante de sus finalidades originales.


* Texto correspondiente a la página cultura de El Espectador del mes de enero.


** La ilustración corresponde a una fotografía de Flickr que puede verse aquí.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hi! Sorry that I don't write in spanish, it's been too long since my spanish lessons at school and I'm totally out of practice.

Thank you for using my photo, I find it quite fitting that it's been used in a blog about libraries (as far as I can understand, anyway).

Margarita dijo...

Yes, the article is about a new bibliographic collection, developed by the government. The photograph was absolutely fitting and beautiful. Congratulations! It makes me love books even more.

Margarita dijo...

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