En una entrada correspondiente al 16 de enero de este año, Pepe Flores reflexiona en torno a la cultura, sus valores y necesidades en México.
Nos robamos su artículo, que también puede leerse (junto con otros comentarios igual de interesantes) aquí.
¿Cuánto vale la cultura?: La contribución económica de las industrias culturales de Ernesto Piedras es el libro que me pidieron como bibliografía obligada para clase de Mercadotecnia Cultural. En la red hay una pequeña adaptación, ideal para darse una idea del panorama general. Y es que, independientemente de la mala [o errónea] imagen que se tiene de algunas industrias culturales [como la discográfica, por ejemplo], no cabe duda que este tipo de industrias activan la economía del país. Pero la pregunta es muy interesante: ¿cuánto vale [en México] la cultura?
Román Guberns, en El eros electrónico, sostiene que este tipo de industrias surgieron con la sociedad de ocio: una sociedad en la que el tiempo libre es altamente valorado. No es de extrañarse, por ejemplo, que una gran cantidad de libros sean traducidos al finés. Por su alto nivel de vida, los habitantes de los países escandinavos tienden a consumir más productos editoriales, lo que mueve la industria hacia la traducción de más títulos a esos idiomas. La ecuación en muy sencilla: a más tiempo libre, más consumo de industrias culturales. Si el consumo es alto, la cotización es alta. Pero, ¿en los países con un consumo bajo, cómo valorar el arte?
México representa varios retos para las industrias culturales. La industria editorial tiene que pelear contra un sistema educativo retrasado, donde los libros se leen por imposición y no por gusto. Marisol Schultz, directora de Alfaguara, alguna vez me comentó que la editorial sólo podía sacar cerca de 20 títulos nuevos por año, en contraste con los 75 que saca España. El teatro, la danza y las artes plásticas vienen en el olvido, cada vez con menos personas que se acercan al consumo del arte. Las discográficas y la cinematografía luchan contra una piratería que crece a pasos agigantados. Y la raíz de todos estos problemas pasa por el factor económico. Por el valor simbólico de la cultura.
¿Cuánto es justo pagar por un libro? ¿Por qué es tan desmedido el costo de un cuadro? ¿Para qué comprar el disco original si el pirata es más barato? En gran parte, porque la industria ha abusado en los precios. Pero, por otro lado, porque el precio de la cultura está sumamente desfasado con los productos de primera necesidad. Y el arte no se considera básico. En los niveles socioeconómicos más altos, el panorama no suele mejorar mucho. El arte se considera un accesorio más, un símbolo de opulencia. Así funciona la industria del best-seller: libros que uno debe [supuestamente] leer, aunque carezca de calidad literaria. Películas que no ofrecen nada nuevo en el horizonte, pero que son un must social. Obras de teatro que sustituyen los petit-comité. Y así, ad infinitum.
La pregunta original es cuánto vale la cultura. Pero la verdadera pregunta es cuánto cuesta la cultura. La industria de la cultura está pensada para mantener activa una economía sana, donde la gente considera al arte como una opción y disfruta de tiempo libre. Por desgracia, México es el caso contrario. En nuestro país, la cultura cuesta mucho, porque pocos pueden darse el lujo de pagarla. Y muchos que pueden, optan por no hacerlo; o en su defecto, por usarla como una accesorio más. Hace no mucho, escuchaba a dos estudiantes de Humanidades refunfuñar sobre las pocas posibilidades que existe de vivir del arte en el país y el nulo apoyo gubernamental. Cruda y pragmáticamente, una amiga internacionalista les espetó: las políticas culturales no son una prioridad. Primero que coman, después que pinten.
Nos robamos su artículo, que también puede leerse (junto con otros comentarios igual de interesantes) aquí.
¿Cuánto vale la cultura?: La contribución económica de las industrias culturales de Ernesto Piedras es el libro que me pidieron como bibliografía obligada para clase de Mercadotecnia Cultural. En la red hay una pequeña adaptación, ideal para darse una idea del panorama general. Y es que, independientemente de la mala [o errónea] imagen que se tiene de algunas industrias culturales [como la discográfica, por ejemplo], no cabe duda que este tipo de industrias activan la economía del país. Pero la pregunta es muy interesante: ¿cuánto vale [en México] la cultura?
Román Guberns, en El eros electrónico, sostiene que este tipo de industrias surgieron con la sociedad de ocio: una sociedad en la que el tiempo libre es altamente valorado. No es de extrañarse, por ejemplo, que una gran cantidad de libros sean traducidos al finés. Por su alto nivel de vida, los habitantes de los países escandinavos tienden a consumir más productos editoriales, lo que mueve la industria hacia la traducción de más títulos a esos idiomas. La ecuación en muy sencilla: a más tiempo libre, más consumo de industrias culturales. Si el consumo es alto, la cotización es alta. Pero, ¿en los países con un consumo bajo, cómo valorar el arte?
México representa varios retos para las industrias culturales. La industria editorial tiene que pelear contra un sistema educativo retrasado, donde los libros se leen por imposición y no por gusto. Marisol Schultz, directora de Alfaguara, alguna vez me comentó que la editorial sólo podía sacar cerca de 20 títulos nuevos por año, en contraste con los 75 que saca España. El teatro, la danza y las artes plásticas vienen en el olvido, cada vez con menos personas que se acercan al consumo del arte. Las discográficas y la cinematografía luchan contra una piratería que crece a pasos agigantados. Y la raíz de todos estos problemas pasa por el factor económico. Por el valor simbólico de la cultura.
¿Cuánto es justo pagar por un libro? ¿Por qué es tan desmedido el costo de un cuadro? ¿Para qué comprar el disco original si el pirata es más barato? En gran parte, porque la industria ha abusado en los precios. Pero, por otro lado, porque el precio de la cultura está sumamente desfasado con los productos de primera necesidad. Y el arte no se considera básico. En los niveles socioeconómicos más altos, el panorama no suele mejorar mucho. El arte se considera un accesorio más, un símbolo de opulencia. Así funciona la industria del best-seller: libros que uno debe [supuestamente] leer, aunque carezca de calidad literaria. Películas que no ofrecen nada nuevo en el horizonte, pero que son un must social. Obras de teatro que sustituyen los petit-comité. Y así, ad infinitum.
La pregunta original es cuánto vale la cultura. Pero la verdadera pregunta es cuánto cuesta la cultura. La industria de la cultura está pensada para mantener activa una economía sana, donde la gente considera al arte como una opción y disfruta de tiempo libre. Por desgracia, México es el caso contrario. En nuestro país, la cultura cuesta mucho, porque pocos pueden darse el lujo de pagarla. Y muchos que pueden, optan por no hacerlo; o en su defecto, por usarla como una accesorio más. Hace no mucho, escuchaba a dos estudiantes de Humanidades refunfuñar sobre las pocas posibilidades que existe de vivir del arte en el país y el nulo apoyo gubernamental. Cruda y pragmáticamente, una amiga internacionalista les espetó: las políticas culturales no son una prioridad. Primero que coman, después que pinten.
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