Por David Coronado
I
Le pregunté hace tiempo a quien fungía como profesor de guitarra en la Casa de Cultura de Santiago Tianguistenco: “¿Por qué no les enseñas a los muchachos otra cosa que no sean canciones de rondalla?”, pregunta surgida tras varios meses de pasar cerca de su lugar de ensayo y de escuchar invariablemente las melosas notas de los saltilleros. Su respuesta fue muy clara: “¿Pa’ qué?”. Y siguió estirando sus cuerdas hasta lograr la afinación requerida.
II
En un tiempo inmemorial, pugnaba yo por que le dieran a mi modesto taller de creación literaria un mejor espacio para trabajar que el que hasta ese momento había tenido junto a los baños. Nos alejaron de los baños y terminamos en el sótano, donde se podía fumar a gusto. Decisión acertada la de subterranizarnos: nuestra pequeña horda de escribas ponía nerviosas a las señoras que llenaban los talleres de globoflexia, tarjetería española, migajón y macramé, y a los chavos de kung-fu.
III
Cuando me encontré con la agradable noticia de que en mi pueblo, Xalatlaco, el director de la Casa de Cultura era un jovenazo avezado en las lides del quehacer cultural y artístico, mi alegría se desbordó. Acudí a enterarme de las actividades que tenía y a ofrecer mi granito de talco para trabajar. Todo bien. Cine club, talleres, exposiciones, presentaciones de libros, conferencias… el amor eterno duró seis meses. Cuando a los gallardos integrantes del cabildo se les ocurrió que sus ingresos no eran apropiados para la envergadura de su puesto, la casita de cultura perdió los sueldos (pocos) de sus coordinadores de talleres, para el engrose necesario de la cartera de munícipes y comparsas.
IV
Valgan como antecedentes las tres mini historias de arriba, para llegar al punto que me interesa ahora: Casas de Cultura de nuestro Estado, qué y para qué.
¿Qué son las Casas de Cultura?
a) Edificios que toda la comunidad conoce, pero que nadie visita.
b) Centro de reunión de niños(as), jóvenes(as) y adultos(as) cuyas características hiperactivas no permiten a sus familias tenerlos todo el día en su casa.
c) Punto de encuentro para artistas loquitos que la utilizan como plataforma para irse a otro lado.
d) Castigo político para molones de campaña.
e) Un empleo por tres años.
f) Ventana hacia las manifestaciones sensibles del ser humano por medio de las artes.
g) Todas las anteriores.
Sí, puede ser que todas las opciones sean la respuesta. El asunto está en el manejo de quienes las dirigen. Hay, como en todos lados, excepciones esperanzadoras que me hacen creer en la posibilidad de mejora y verdadero ejercicio de estas instituciones, por ahora, municipales.
Mientras los encargados de dirigir los centros culturales no tengan una mínima idea de la promoción y la generación cultural, tendremos siempre gente tras un escritorio, cubriendo un horario y cuidando de no moverse para no salir de la foto. Se me ocurre que si, en cada municipio, los promotores, artistas, artesanos, escritores y demás nos uniéramos en grupos de trabajo y nos olvidáramos por un rato de bogar en nuestro beneficio personal, se podría ejercer presión en los señores del gobierno, para que cedan la dirección y la ejecución de los programas culturales.
Que dejen hacer las cosas a quienes saben hacerlas y que no nos pregunten: “¿Pa’ qué?”.
* Texto correspondiente a la página cultura de El Espectador del mes de enero.
** La ilustración es una fotografía de la Casa de la Cultura de Metepec, en la cual se observan problemas semejantes a los descritos en este artículo.
I
Le pregunté hace tiempo a quien fungía como profesor de guitarra en la Casa de Cultura de Santiago Tianguistenco: “¿Por qué no les enseñas a los muchachos otra cosa que no sean canciones de rondalla?”, pregunta surgida tras varios meses de pasar cerca de su lugar de ensayo y de escuchar invariablemente las melosas notas de los saltilleros. Su respuesta fue muy clara: “¿Pa’ qué?”. Y siguió estirando sus cuerdas hasta lograr la afinación requerida.
II
En un tiempo inmemorial, pugnaba yo por que le dieran a mi modesto taller de creación literaria un mejor espacio para trabajar que el que hasta ese momento había tenido junto a los baños. Nos alejaron de los baños y terminamos en el sótano, donde se podía fumar a gusto. Decisión acertada la de subterranizarnos: nuestra pequeña horda de escribas ponía nerviosas a las señoras que llenaban los talleres de globoflexia, tarjetería española, migajón y macramé, y a los chavos de kung-fu.
III
Cuando me encontré con la agradable noticia de que en mi pueblo, Xalatlaco, el director de la Casa de Cultura era un jovenazo avezado en las lides del quehacer cultural y artístico, mi alegría se desbordó. Acudí a enterarme de las actividades que tenía y a ofrecer mi granito de talco para trabajar. Todo bien. Cine club, talleres, exposiciones, presentaciones de libros, conferencias… el amor eterno duró seis meses. Cuando a los gallardos integrantes del cabildo se les ocurrió que sus ingresos no eran apropiados para la envergadura de su puesto, la casita de cultura perdió los sueldos (pocos) de sus coordinadores de talleres, para el engrose necesario de la cartera de munícipes y comparsas.
IV
Valgan como antecedentes las tres mini historias de arriba, para llegar al punto que me interesa ahora: Casas de Cultura de nuestro Estado, qué y para qué.
¿Qué son las Casas de Cultura?
a) Edificios que toda la comunidad conoce, pero que nadie visita.
b) Centro de reunión de niños(as), jóvenes(as) y adultos(as) cuyas características hiperactivas no permiten a sus familias tenerlos todo el día en su casa.
c) Punto de encuentro para artistas loquitos que la utilizan como plataforma para irse a otro lado.
d) Castigo político para molones de campaña.
e) Un empleo por tres años.
f) Ventana hacia las manifestaciones sensibles del ser humano por medio de las artes.
g) Todas las anteriores.
Sí, puede ser que todas las opciones sean la respuesta. El asunto está en el manejo de quienes las dirigen. Hay, como en todos lados, excepciones esperanzadoras que me hacen creer en la posibilidad de mejora y verdadero ejercicio de estas instituciones, por ahora, municipales.
Mientras los encargados de dirigir los centros culturales no tengan una mínima idea de la promoción y la generación cultural, tendremos siempre gente tras un escritorio, cubriendo un horario y cuidando de no moverse para no salir de la foto. Se me ocurre que si, en cada municipio, los promotores, artistas, artesanos, escritores y demás nos uniéramos en grupos de trabajo y nos olvidáramos por un rato de bogar en nuestro beneficio personal, se podría ejercer presión en los señores del gobierno, para que cedan la dirección y la ejecución de los programas culturales.
Que dejen hacer las cosas a quienes saben hacerlas y que no nos pregunten: “¿Pa’ qué?”.
* Texto correspondiente a la página cultura de El Espectador del mes de enero.
** La ilustración es una fotografía de la Casa de la Cultura de Metepec, en la cual se observan problemas semejantes a los descritos en este artículo.
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