por Margarita Hernández Martínez
A lo largo de las décadas, la tradición ha impregnado a los escritores de una imagen que los coloca en las fronteras de la sociedad: por un lado, los ojos ajenos los vislumbran como místicos inspirados, lejanos de la inevitable vulgaridad del mundo; por otro, las buenas conciencias los observan como animales amorales, desobedientes de toda regla necesaria para la sana convivencia de la gente. De cualquier manera, los escritores se hallan circundados por un aura oscilante entre la solemnidad y el desparpajo, la cual desemboca, generalmente, en la incomprensión. En consecuencia, resulta imposible pensar en ellos como seres de carne y hueso –de hecho más cercanos a la carne, pues la sensibilidad proviene, primero, de sus percepciones–, con los mismos requerimientos de sueño, alimentación, reposo y diversión que cualquier hijo de vecino.
Con estos paradigmas en mente, el Instituto Mexiquense de Cultura, a través de la Dirección General de Publicaciones, organizó, durante el verano de 2006, en el Museo José María Velasco, El ciclo de los deseos, un conjunto de charlas literarias en el curso de las cuales numerosos escritores originarios o residentes del Estado de México, entre los que destacan el historiador Alfonso Sánchez Arteche; la novelista Bertha Balestra; los poetas y narradores Blanca Aurora Mondragón y Marco Aurelio Chávezmaya; el narrador Carlos Olvera –quizá el único mexiquense que se ha aventurado en los rumbos de la ciencia ficción–; los poetas y editores Félix Suárez y Benjamín Araujo, y el poeta, promotor cultural y profesor Roberto Fernández Iglesias, conversaron con sus lectores y compañeros de oficio, en un ambiente íntimo y fraternal, alrededor de su vida y obra –ésta última, breve y deslumbrante en algunos casos; en otros, vasta y consistente–; además, compartieron con ellos algunos textos inéditos. De esta manera, pusieron en tela de juicio el mito erguido en torno a sus figuras y mostraron las múltiples facetas de la vida cotidiana, desde la siempre dubitativa labor editorial hasta el llanto que brota en el trajín diario, cuando, como dice Rosario Castellanos, se pierde el recibo de la luz. En el mismo tenor, gracias a este acercamiento, no es extraño que El ciclo de los deseos haya conocido tanto éxito; tampoco que, este año, el IMC se haya dispuesto a repetir la hazaña.
En efecto, provisto de un formato semejante, El segundo ciclo de los deseos ha constituido, desde el pasado mes de abril, un punto de encuentro entre el curioso público de nuestra entidad y el –ya internacionalmente reconocido– narrador Alberto Chimal; el poeta y editor Carlos López; el escritor –no obstante, inédito–, profesor y fundador de la Facultad de Lenguas de la UAEM Eugenio Núñez Ang, y los poetas Lizbeth Padilla y Otto Raúl González. Así, en medio del declive de las tardes primaverales, propicias para un ambiente relajado que invita a la calidez de los secretos, esta nueva serie de reflexiones en torno a la creación artística y la literatura, difícilmente asequibles en las rígidas clases de español y literatura impartidas en las secundarias y preparatorias o, de modo más alarmante, en la licenciatura en Letras Latinoamericanas (pues las pretensiones de análisis, en muchas ocasiones, se sobreponen a la sensibilidad crítica), proporcionan la oportunidad de valorar al escritor y su trabajo desde una óptica distinta, despojada de ideas preconcebidas e inclinada hacia la apertura. Y ambos aspectos resultan valiosos en el momento de procurar la difusión cultural de una manera innovadora.
* Este texto apareció originalmente en la plana cultural correspondiente al mes de julio.
A lo largo de las décadas, la tradición ha impregnado a los escritores de una imagen que los coloca en las fronteras de la sociedad: por un lado, los ojos ajenos los vislumbran como místicos inspirados, lejanos de la inevitable vulgaridad del mundo; por otro, las buenas conciencias los observan como animales amorales, desobedientes de toda regla necesaria para la sana convivencia de la gente. De cualquier manera, los escritores se hallan circundados por un aura oscilante entre la solemnidad y el desparpajo, la cual desemboca, generalmente, en la incomprensión. En consecuencia, resulta imposible pensar en ellos como seres de carne y hueso –de hecho más cercanos a la carne, pues la sensibilidad proviene, primero, de sus percepciones–, con los mismos requerimientos de sueño, alimentación, reposo y diversión que cualquier hijo de vecino.
Con estos paradigmas en mente, el Instituto Mexiquense de Cultura, a través de la Dirección General de Publicaciones, organizó, durante el verano de 2006, en el Museo José María Velasco, El ciclo de los deseos, un conjunto de charlas literarias en el curso de las cuales numerosos escritores originarios o residentes del Estado de México, entre los que destacan el historiador Alfonso Sánchez Arteche; la novelista Bertha Balestra; los poetas y narradores Blanca Aurora Mondragón y Marco Aurelio Chávezmaya; el narrador Carlos Olvera –quizá el único mexiquense que se ha aventurado en los rumbos de la ciencia ficción–; los poetas y editores Félix Suárez y Benjamín Araujo, y el poeta, promotor cultural y profesor Roberto Fernández Iglesias, conversaron con sus lectores y compañeros de oficio, en un ambiente íntimo y fraternal, alrededor de su vida y obra –ésta última, breve y deslumbrante en algunos casos; en otros, vasta y consistente–; además, compartieron con ellos algunos textos inéditos. De esta manera, pusieron en tela de juicio el mito erguido en torno a sus figuras y mostraron las múltiples facetas de la vida cotidiana, desde la siempre dubitativa labor editorial hasta el llanto que brota en el trajín diario, cuando, como dice Rosario Castellanos, se pierde el recibo de la luz. En el mismo tenor, gracias a este acercamiento, no es extraño que El ciclo de los deseos haya conocido tanto éxito; tampoco que, este año, el IMC se haya dispuesto a repetir la hazaña.
En efecto, provisto de un formato semejante, El segundo ciclo de los deseos ha constituido, desde el pasado mes de abril, un punto de encuentro entre el curioso público de nuestra entidad y el –ya internacionalmente reconocido– narrador Alberto Chimal; el poeta y editor Carlos López; el escritor –no obstante, inédito–, profesor y fundador de la Facultad de Lenguas de la UAEM Eugenio Núñez Ang, y los poetas Lizbeth Padilla y Otto Raúl González. Así, en medio del declive de las tardes primaverales, propicias para un ambiente relajado que invita a la calidez de los secretos, esta nueva serie de reflexiones en torno a la creación artística y la literatura, difícilmente asequibles en las rígidas clases de español y literatura impartidas en las secundarias y preparatorias o, de modo más alarmante, en la licenciatura en Letras Latinoamericanas (pues las pretensiones de análisis, en muchas ocasiones, se sobreponen a la sensibilidad crítica), proporcionan la oportunidad de valorar al escritor y su trabajo desde una óptica distinta, despojada de ideas preconcebidas e inclinada hacia la apertura. Y ambos aspectos resultan valiosos en el momento de procurar la difusión cultural de una manera innovadora.
* Este texto apareció originalmente en la plana cultural correspondiente al mes de julio.
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