por Margarita Hernández Martínez
En medio de la tarde lluviosa y el nebuloso ambiente artístico propio de Toluca, el Museo-Taller Nishizawa –donde, desde el pasado 2 de junio y hasta el próximo 4 de noviembre, el equipo conformado por Oscar Ulises Cancino y los alumnos del quinto año de la Licenciatura en Arte Dramático de la Universidad Autónoma del Estado de México representa Camino rojo a Sabaiba– se ofrece como perfecto refugio. Acosados por el inminente granizo, ingresamos a un lóbrego vestíbulo atestado de jóvenes, la mayoría de los cuales adquiere sus boletos esgrimiendo su credencial de estudiante. Entre los murmullos, al fondo del pasillo, una puerta encristalada permite entrever un escenario poco convencional: precedido por tres filas de gradas de madera, se perfila un estrecho reducto de ladrillo y adobe que forma parte de la misma construcción arquitectónica y se fractura en tres niveles, cubiertos por un colorido vitral mediante el cual se filtra la luz turbia de la tarde.
Tras algunos minutos de espera, ingresamos a un Museo-Taller lleno de humo, metáfora que anuncia la destructiva confusión reinante en Sabaiba. En apenas unos instantes, los asientos se pueblan, las luces despejan la sombra e insinúan un día soleado. Mientras tanto, con breves intervalos, una voz anuncia las tres llamadas de rigor e instaura el silencio en la sala. De este modo, nos convertimos en ojos expectantes y nos preparamos para presenciar una puesta en escena –única e irrepetible– de Camino rojo a Sabaiba, obra dramática con la cual el escritor sinaloense Oscar Liera ganó, en 1987, el Premio “Juan Ruiz Alarcón”.
La función comienza con bocanadas de vaho, desde las cuales emerge Fabián Romero Castro, un confundido soldado, quien, tras perder el rumbo de su ejército, irrumpe, a semejanza de Juan Preciado –el protagonista de Pedro Páramo–, en su Comala particular: una escarlata Sabaiba teñida por los coágulos de la deshonra, el menstruo estéril y perpetuo y las cicatrices de la pasión canicular. Estas heridas lo invitan a emprender, a través de los recuerdos espectrales de un pueblo entero y las sendas de barro rojo construidas por órdenes de Gladys de Villafoncourt, un viaje de retorno a los orígenes, es decir, a aquello que simboliza la entraña materna: la tierra, la tumba y la rotunda ceguera más allá de toda aparente conclusión.
Así, a lo largo de dos horas, la audiencia, entrelazada con múltiples cuadros sin articulación aparente, poblados por un despliegue de personajes provistos de un discurso fracturado –a la usanza de Los recuerdos del porvenir– y oscilantes entre la miseria, la aristocracia, la solemnidad y la risa, exploran la naturaleza relativa de los fenómenos catalogados como verdad y se ven arrojados a una dura conclusión: es imposible confiar en la frágil memoria de los muertos; tanto como evitar prorrumpir en aplausos cuando, tras el último humo disipado, recuperamos la persistente lluvia de la ciudad y nos reconocemos, también, llenos de sangre y de fantasmas.
Camino rojo a Sabaiba se presenta todos los sábados y domingos a las 18:00 horas, en el Museo-Taller Nishizawa, ubicado en Bravo Norte no. 305, col. Centro. La temporada continuará hasta noviembre del año en curso. Si desea obtener mayor información sobre esta puesta en escena, consulte www.caminorojo.tk.
* Texto originalmente aparecido en la plana cultural correspondiente al mes de agosto.
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