por Margarita Hernández Martínez
Todos los cuentos de hadas comienzan con un ambiguo “había una vez”, con el cual abren un vasto universo de posibilidades. Así, la historia podría desenvolverse en cualquier época y en cualquier sitio; con cualquier tipo y cantidad de protagonistas. Con estos elementos, convoca, también, a los territorios de la magia, de los cuales, nosotros, los simples mortales, nos encontramos exiliados; aunque, de vez en cuando, nos topamos con lugares que, sea por el encanto peculiar de sus habitantes, sea por los eventos extraordinarios e iluminadores que ocurren en ellos, parecen mágicos.
Esa sensación próxima a la magia es lo primero que despierta el trabajo desarrollado cotidianamente en la Unidad de Conservación y Restauración del Instituto Mexiquense de Cultura. Como toda región donde reina la fantasía, se encuentra alejada de los ojos ajenos y requiere, para entrar en ella, un breve rito de iniciación, basado en el estricto respeto a las reglas que rigen sus cuidadosas labores, pues pisar en el lugar equivocado o moverse violentamente puede resultar fatal: puede romper todos los hechizos y devolvernos a las truculencias de las historias diarias. Por otro lado, sus esfuerzos se hallan dirigidos a una de las funciones centrales de la magia: la producción de resultados contrarios a aquéllos dictados por las leyes naturales. Y si bien en nuestros días es difícil afirmar que tales resultados dependen únicamente de conjuros y palabras poderosas, en este caso, de una manera cercana a la antigua alquimia, la magia de la UCR se asienta en el progreso científico, gracias al cual es posible prevenir o resarcir el daño causado por las décadas (y, a veces, centurias) y las condiciones adversas en pinturas, esculturas, cerámica, metales y telas, entre otros testimonios artísticos y culturales.
De esta manera, la UCR no es un castillo, sino un laboratorio ubicado en el Museo de Antropología e Historia, en el interior del Centro Cultural Mexiquense. Su meta radica en prolongar la vida de los objetos culturales del pasado para que las generaciones presentes y futuras conozcan (y re-conozcan) su valor. Este minucioso trabajo implica el contacto visual con la obra, el registro de datos de su estado físico y la intervención en ella mediante diversas técnicas especializadas, que incluyen varias investigaciones históricas e iconográficas. Para cumplir con estos fines, cuenta con máquinas injertadoras, prensas y mesas especiales; materiales químicos especializados; equipos provistos de luz ultravioleta e infrarroja, y microscopios biológicos y estereoscópicos. Todos estos instrumentos, a pesar de los tecnicismos, rezuman su propio encanto cuando se encuentran en operación.
Pero, para llegar a este punto de la historia, resulta necesario recordar los acontecimientos previos al comienzo del cuento, los cuales manifiestan una cadena interminable de esfuerzos. En un principio, el entonces Departamento de Restauración se ocupó de coordinar los trabajos de recuperación del acervo del Museo de Antropología e Historia del Estado de México. Continuó, posteriormente, con la restauración de los acervos pertenecientes a los museos que conforman al Centro Cultural Mexiquense y al Archivo Histórico del Estado de México. En 1987, con la creación del Instituto Mexiquense Cultura, se encargó de resguardar las áreas culturales del interior del Estado; por otro lado, a solicitud del Instituto Nacional de Antropología e Historia, se comprometió a restaurar los bienes muebles de la zona arqueológica de Malinalco.
Asimismo, entre 1999 y 2007, se ha desempeñado en veintiocho proyectos de restauración relevantes. Entre éstos se cuentan la pintura Leyes de Reforma, de Mateo Herrera, colocada en la Cámara de Diputados; 46 obras de la autoría de Cristóbal de Villalpando, ubicadas en el Museo de Bellas Artes; las colecciones del Museo de Antropología e Historia del Estado de México, el Museo Gonzalo Carrasco, el Centro Cultural de Lerma, el Centro Cultural Isidro Fabela y el Museo de Acambay. Actualmente, labora en diversos proyectos enfocados a la restauración de las obras pertenecientes al Museo Virreinal de Zinacantepec y al Museo de Arte Moderno; así como en la conservación preventiva del repertorio del Museo de la Acuarela y de la Biblioteca Pública Urawa. Finalmente, es responsable de la restauración de los edificios y petroglifos de la zona arqueológica de Teotenango y del Museo Román Piña Chan.
Estos años de labor ardua han servido, paradójicamente, para despojar a las obras culturales de su difícil carga de tiempo. En todos ellos han nacido inspiraciones y esperanzas: historias que cuentan algo más sobre cada pieza restaurada y se añaden a su ya de por sí enorme valor. Por ello, merecen, también, ser recordadas, y que el poder de evocación de la palabra las rescate de la ley natural del olvido.
Todos los cuentos de hadas comienzan con un ambiguo “había una vez”, con el cual abren un vasto universo de posibilidades. Así, la historia podría desenvolverse en cualquier época y en cualquier sitio; con cualquier tipo y cantidad de protagonistas. Con estos elementos, convoca, también, a los territorios de la magia, de los cuales, nosotros, los simples mortales, nos encontramos exiliados; aunque, de vez en cuando, nos topamos con lugares que, sea por el encanto peculiar de sus habitantes, sea por los eventos extraordinarios e iluminadores que ocurren en ellos, parecen mágicos.
Esa sensación próxima a la magia es lo primero que despierta el trabajo desarrollado cotidianamente en la Unidad de Conservación y Restauración del Instituto Mexiquense de Cultura. Como toda región donde reina la fantasía, se encuentra alejada de los ojos ajenos y requiere, para entrar en ella, un breve rito de iniciación, basado en el estricto respeto a las reglas que rigen sus cuidadosas labores, pues pisar en el lugar equivocado o moverse violentamente puede resultar fatal: puede romper todos los hechizos y devolvernos a las truculencias de las historias diarias. Por otro lado, sus esfuerzos se hallan dirigidos a una de las funciones centrales de la magia: la producción de resultados contrarios a aquéllos dictados por las leyes naturales. Y si bien en nuestros días es difícil afirmar que tales resultados dependen únicamente de conjuros y palabras poderosas, en este caso, de una manera cercana a la antigua alquimia, la magia de la UCR se asienta en el progreso científico, gracias al cual es posible prevenir o resarcir el daño causado por las décadas (y, a veces, centurias) y las condiciones adversas en pinturas, esculturas, cerámica, metales y telas, entre otros testimonios artísticos y culturales.
De esta manera, la UCR no es un castillo, sino un laboratorio ubicado en el Museo de Antropología e Historia, en el interior del Centro Cultural Mexiquense. Su meta radica en prolongar la vida de los objetos culturales del pasado para que las generaciones presentes y futuras conozcan (y re-conozcan) su valor. Este minucioso trabajo implica el contacto visual con la obra, el registro de datos de su estado físico y la intervención en ella mediante diversas técnicas especializadas, que incluyen varias investigaciones históricas e iconográficas. Para cumplir con estos fines, cuenta con máquinas injertadoras, prensas y mesas especiales; materiales químicos especializados; equipos provistos de luz ultravioleta e infrarroja, y microscopios biológicos y estereoscópicos. Todos estos instrumentos, a pesar de los tecnicismos, rezuman su propio encanto cuando se encuentran en operación.
Pero, para llegar a este punto de la historia, resulta necesario recordar los acontecimientos previos al comienzo del cuento, los cuales manifiestan una cadena interminable de esfuerzos. En un principio, el entonces Departamento de Restauración se ocupó de coordinar los trabajos de recuperación del acervo del Museo de Antropología e Historia del Estado de México. Continuó, posteriormente, con la restauración de los acervos pertenecientes a los museos que conforman al Centro Cultural Mexiquense y al Archivo Histórico del Estado de México. En 1987, con la creación del Instituto Mexiquense Cultura, se encargó de resguardar las áreas culturales del interior del Estado; por otro lado, a solicitud del Instituto Nacional de Antropología e Historia, se comprometió a restaurar los bienes muebles de la zona arqueológica de Malinalco.
Asimismo, entre 1999 y 2007, se ha desempeñado en veintiocho proyectos de restauración relevantes. Entre éstos se cuentan la pintura Leyes de Reforma, de Mateo Herrera, colocada en la Cámara de Diputados; 46 obras de la autoría de Cristóbal de Villalpando, ubicadas en el Museo de Bellas Artes; las colecciones del Museo de Antropología e Historia del Estado de México, el Museo Gonzalo Carrasco, el Centro Cultural de Lerma, el Centro Cultural Isidro Fabela y el Museo de Acambay. Actualmente, labora en diversos proyectos enfocados a la restauración de las obras pertenecientes al Museo Virreinal de Zinacantepec y al Museo de Arte Moderno; así como en la conservación preventiva del repertorio del Museo de la Acuarela y de la Biblioteca Pública Urawa. Finalmente, es responsable de la restauración de los edificios y petroglifos de la zona arqueológica de Teotenango y del Museo Román Piña Chan.
Estos años de labor ardua han servido, paradójicamente, para despojar a las obras culturales de su difícil carga de tiempo. En todos ellos han nacido inspiraciones y esperanzas: historias que cuentan algo más sobre cada pieza restaurada y se añaden a su ya de por sí enorme valor. Por ello, merecen, también, ser recordadas, y que el poder de evocación de la palabra las rescate de la ley natural del olvido.
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