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14 de agosto de 2007

El dolor de los extremos



por Jorge Alberto Angulo

Mares de dolor, sangre y tormento: formas antiguas de aplicar justicia que encuentran nuevo eco en los patios y pasillos del Museo de Bellas Artes de nuestra entidad, entre jóvenes estudiantes y familias enteras (bebés incluidos). Muchos acuden con curiosidad; otros, con morbo; algunos más con la simple intención de sumergirse en el pasado para no cometer errores en el presente.

Se trata de la exposición temporal Instrumentos de tortura y pena capital, organizada por el Instituto Mexiquense de Cultura y conformada por la colección del Museo de la Toscana A.C. Al ingresar a ella, lo primero que se vislumbra, justo en primer plano, es un verdugo provisto de un hacha descomunal, con la mejor disposición de separar la cabeza de tu cuerpo. “¡Cuidado!” –dice una voz interior– “El hacha no tiene filo (y eso puede hacer más dolorosa la operación)”. Traspuesto el umbral, encontramos, en breves párrafos dispuestos en mamparas, las descripciones detalladas de la forma de usar estos instrumentos, incluyendo sus sórdidos efectos. En algunos casos entre líneas, en otros claramente escrito, se repite la advertencia “utilizado actualmente por las corporaciones de impartición de justicia”.

Así, el visitante puede deambular entre los métodos usados por el clero y los diversos sistemas de aplicación de justicia; entre castigos que van desde el violín de las comadres, usado para exhibir a las mujeres chismosas, revoltosas y argüenderas, hasta la famosa guillotina, diseñada para ejecutar a personajes importantes de forma rápida; pasando por sillas de interrogatorio, cuyo asiento se encuentra repleto de puntas metálicas que, como en el Museo del Papalote, se pueden tocar; prensas para dedos, que tenían la capacidad de producir un inmenso dolor mediante la fractura o dislocación de tales extremidades; garras y garfios, frecuentemente empleados para despedazar órganos; dagas y puñales dispuestos dentro de crucifijos y destinados a la insufrible ejecución de los herejes; diferentes versiones del potro, muy socorrido para largos interrogatorios. Todas estas máquinas, generadas, de la misma manera que las obras de arte presentes en otras salas del museo –realizadas por artistas como Cristóbal de Villalpando, Miguel Cabrera, José María Velasco, Felipe Santiago Gutiérrez y Rafael Coronel, entre otros–, gracias al ingenio humano, comparten espacio con las imágenes mentales de sus aterradoras consecuencias.

Sin duda alguna, toda falta debe ser corregida y todo delito debe ser castigado: es imperativo aplicar justicia sin importar quién es el infractor; sin embargo, en nuestros días, parece que esto no es así; para muestra, basta con detenerse en una esquina con semáforo y observar cuántos conductores cruzan la calle a pesar de la luz roja, sin que la autoridad reaccione. Ambos extremos resultan nocivos: desfigurar el cuerpo de una mujer debido a una vaga sospecha de infidelidad es tan incorrecto como permitir que los delincuentes sexuales y los secuestradores, alegando la defensa de sus derechos humanos, salgan libres con una simple fianza. Tal vez –sólo tal vez– ayudaría invertir los papeles, castigar a un violador en una picota sería un buen escarmiento y advertencia para quienes tengan intenciones similares.

Finalmente, queda en cada conciencia el mejor método para aplicar justicia; sin embargo, sirva esta muestra para un buen rato de esparcimiento, para conocer los excesos pasados y crear conciencia en el presente. La exposición, abierta de martes a domingo, de 10:00 a 18:00 horas, permanecerá hasta el mes de septiembre en el mencionado museo, ubicado en Santos Degollado 102, col. Centro.



* Texto aparecido originalmente en la página cultural correspondiente al mes de mayo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"La diferencia entre la venganza y la justicia es que la primera mira al pasado y la segunda, al futuro". No me acuerdo quien lo dijo.