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14 de agosto de 2007

El fugaz despertar de la academia



por Margarita Hernández Martínez

Por primera vez en años, la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México amaneció nerviosa y dubitativa. Cansada del tedio y los oídos sordos, de trocarse, poco a poco, en sepultura y en nostalgia de tiempos mejores, se encontraba dispuesta a celebrar, del 22 al 24 de mayo del año que corre, el Séptimo coloquio de lengua, teoría y literatura latinoamericanas: la literatura en el Valle de Toluca a partir de 1950.

Tras cinco semestres de silencio académico y toda una vida de pasar por alto la producción literaria local –pese a que sus mayores exponentes egresaron de la Facultad–, el ambiente rezumaba expectación, tanto por la certeza de los reencuentros como por la oportunidad de despertar curiosidades y, aún más, por ensayar los primeros pasos de un despoblado campo de estudio. Empero, no fue posible escapar de las formalidades; así, el protocolo inaugural se preocupó por fijar, en los términos apropiados, el propósito del coloquio: rescatar –como si algún día realmente hubiera estado secuestrada o perdida– la literatura generada en el Valle de Toluca desde hace cincuenta años.

Después de la formalidad, el ambiente se trocó festivo. Las mesas de trabajo, presentaciones de libros y conversaciones críticas se tiñeron de recuerdos y contrastes entre el pasado y el presente. Las lecturas de obra –que reunieron a Oliverio Arreola, Blanca Aurora Mondragón, Enrique Villada, Flor Cecilia Reyes y Mauricia Moreno, entre otros– se erigieron como un punto de contacto entre los autores y los lectores, quienes observaron los rasgos que comparten los poetas y narradores de la región: relaciones atormentadas con la ciudad, nostalgia por el campo y su paisaje, las complejidades del ejercicio poético en un mundo que ha cerrado los oídos al canto, los eternos avatares amorosos; características, en último término, de una escritura que no puede etiquetarse de provinciana y pintoresca, pues metaforiza asuntos que a todos, en tanto humanos, nos tocan y nos hieren.

Igualmente, a través de la palabra, Toluca, aburrida y triste, recobró la vida. Por unos días, escapó de los lugares comunes y se transformó en una atmósfera propicia para la creación y la gestación crítica. De pronto, se reconoció sitio de hallazgos y extravíos; lugar del que uno escapa, pero siempre vuelve, con una emoción de amor-odio peculiar. Con ello –y con el tenaz ejemplo de Enrique Villada, radicado en Nezahualcóyotl, y de Félix Suárez, que va y viene de Toluca a Ixtlahuaca, su ciudad natal–, fue posible comprender que no es indispensable huir a la capital del país –o a Nueva York o París– para considerarse un artista valioso.

Por otro lado, estos trabajos dan cuenta del dinamismo de nuestra vida cultural, si bien sigue siendo subterránea y carente de prestigio; asimismo, hablan de la constancia de nuestra actividad editorial –de la cual dan fe los innumerables libros publicados por el Instituto Mexiquense de Cultura, el Centro Toluqueño de Escritores, la Tribu TunAstral y la propia Universidad, a través de su Programa Editorial; amén de las revistas institucionales e independientes–, que también permanece en una clandestinidad relativa y, desde los tiempos de Alejandro Ariceaga, se ha sostenido con pocos recursos y mucha desgana. Sin embargo, pese a los logros, se trata de una labor en el cual debemos unirnos y aliarnos con público. Hace casi veinte años, Ariceaga y Carlos Muciño se lamentaban de la escasa crítica y del precario análisis en torno a los autores mexiquenses. La situación sigue igual, en parte porque, como Alfonso Sánchez Arteche nos ha obligado a reconocer, en México –y el Valle de Toluca no es la excepción– no existe el oficio del lector, por más que las instancias gubernamentales destinen partidas presupuestales a su fomento.

Al final, también, el coloquio constituyó una invitación a leer y a escribir. No está demás darse una vuelta por la librería del Centro Toluqueño de Escritores (ubicada en la Plaza Fray Andrés de Castro, edificio A, local 9), la librería Educal, donde abundan los libros editados por el Instituto Mexiquense de Cultura (situada en el Museo José María Velasco, en Nicolás Bravo 400, esquina con Lerdo), y la librería universitaria (localizada en la planta baja de la Dirección General de Educación Continua y a Distancia, en el boulevard Toluca-Metepec 267 Norte). Con el fin de no desalentar a los lectores, la mayoría de los libros tiene un precio bastante accesible.



* Texto originalmente aparecido en la plana cultural correspondiente al mes de junio.

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