por Margarita Hernández Martínez
Pese al cielo nublado y sus insinuaciones de lluvia, la inevitable exfoliación del calendario señala, desde hace ya un mes, la llegada del verano; es decir, la feliz aparición de una temporada de tregua con la rutina, en especial aquélla que gira en torno a la vida académica de los millones de estudiantes mexiquenses, quienes, por única vez a lo largo del año, disfrutan de siete semanas fuera de las aulas, generalmente destinadas al esparcimiento, a la diversión e, incluso, a formas alternativas de aprendizaje.
De manera paralela, el verano también constituye una gozosa época de tregua para el Museo de Antropología e Historia del Estado de México, ubicado en el Centro Cultural Mexiquense. Con la apertura de los talleres infantiles de verano –que comenzaron el pasado 16 de julio y concluirán el próximo 3 de agosto–, sus galerías blancas y grises, habituadas a los pasos presurosos característicos de los días laborales y al bullicio familiar propio de los domingos, aprovechan la oportunidad para dar cobijo a los movimientos espontáneos e interrogativos de un grupo de niños, cuya creatividad se dispara más allá de sus fronteras, pese a sólo contar con edades oscilantes entre los 7 y los 12 años.
Primer vistazo: los organizadores
Mientras la mañana de verano desafía la llovizna, un rápido vistazo por las inmediaciones del Museo revela, entre las mesas rodeadas de chiquillos, a un equipo de atareados instructores, pertenecientes a múltiples campos profesionales, desde la arqueología hasta las ciencias sociales. Tras abandonar la cotidianidad de la oficina, más cercanos a la guerra que a la tregua –puesto que los avatares englobados en la convivencia con los niños ponen a prueba sus competencias pedagógicas e, incluso, transforman su postura ante la vida–, se aprestan a compartir una mínima fracción de sus conocimientos con los pequeños, pues, desde su óptica, en una aldea global cercana a la automatización y el empobrecimiento humano, resulta necesario fortalecer las capacidades creativas características de la infancia y los rasgos esenciales de la rica identidad mexiquense; de este modo, los niños se hallan en posibilidades de replantear su concepto del arte –en especial, aquél de raigambre popular– y vislumbrar la naturaleza dinámica de la cultura.
Mas, ¿cómo concretar este objetivo en el lapso de un solo verano? Estos talleres proponen un ecléctico conglomerado de actividades que viajan desde la confección de diversos tipos de manualidades, la enseñanza de escritura braille y el cálculo individual de la fecha de nacimiento según el calendario azteca, hasta un par de visitas al Museo, una caminata por el parque Alameda 2000 y un torneo de futbol. De esta manera, los organizadores buscan despertar todos los sentidos de los pequeños y, así, invitarlos a mantener vivo el interés por los sucesos culturales de su entorno, además de alimentar su deseo de volver al Museo el próximo año, dispuestos a vivir un nuevo tiempo de tregua estival.
Segundo vistazo: los niños
En el curso de la mañana inaugural, un primer vistazo desvela un grupo de pequeños muy distinto al observable en cualquier ámbito escolar: vestidos con ropa cómoda y sentados ante mesas rebosantes de materiales cotidianos –como pegamento blanco, láminas de madera y madejas de colorido estambre–, entre pláticas truncas y risas abiertas, concentran sus ojos y sus manos en el bordado de glifos de estilo prehispánico que representan objetos domésticos, animales, caballeros y divinidades. A unos pasos de distancia, algunos más humedecen un puñado de barro y, tras descubrir los matices de su textura –“creo que tiene mucha agua”, afirma, preocupado, un niño de playera verde; “parece plasti”, comenta, alegre, una niña con barro hasta los codos– lo amasan contra una tablilla e intentan moldear vasijas “como las que hay en el Museo”.
Para muchos pequeños, su asistencia a los talleres de verano supone una oportunidad para la interacción y la diversión, “porque así no me quedo yo sola a aburrirme en mi casa, mejor conozco a otros niños”, explica una chica ataviada con un delantal rosa. Por otra parte, algunos la conciben como una experiencia de colaboración y ayuda mutua: ante las dificultades para continuar con su bordado, un pequeño pregunta, desesperado, “¿cómo se hace el nudo?”; su compañero de mesa, con la paciencia en la voz, le responde, sin despegar los ojos de su trabajo, “es más fácil si pones en la aguja dos estambres al mismo tiempo”. Finalmente, otro sector de chiquillos, más curiosos, introspectivos y preocupados por el desarrollo de sus habilidades estéticas, aprovechan la ocasión para preguntar, con una sonrisa vacilante entre la simpatía y la satisfacción, “¿me está quedando bonito?”. La capacidad de forjar un concepto personal de la belleza es, quizá, uno de los resultados más relevantes de estos breves talleres.
Asimismo, al hablar sobre sus actividades favoritas, la mayoría coincide con la elaboración de manualidades, pues “se parecen a lo que hacen los artesanos y a lo que guardan en el Museo” y, al mismo tiempo, representan el producto tangible de verano, ya que “pueden llevarse un recuerdito a casa”; además, demuestran una gran expectación por el torneo de futbol y el paseo por el parque Alameda 2000. Y al final, de forma un tanto sorprendente –dado que encaja a la perfección con las esperanzas de los organizadores–, expresaron con entusiasmo su anhelo por regresar en la tregua vacacional del próximo verano y, de este modo, llenar de calor el nuevo aprendizaje.
Pese al cielo nublado y sus insinuaciones de lluvia, la inevitable exfoliación del calendario señala, desde hace ya un mes, la llegada del verano; es decir, la feliz aparición de una temporada de tregua con la rutina, en especial aquélla que gira en torno a la vida académica de los millones de estudiantes mexiquenses, quienes, por única vez a lo largo del año, disfrutan de siete semanas fuera de las aulas, generalmente destinadas al esparcimiento, a la diversión e, incluso, a formas alternativas de aprendizaje.
De manera paralela, el verano también constituye una gozosa época de tregua para el Museo de Antropología e Historia del Estado de México, ubicado en el Centro Cultural Mexiquense. Con la apertura de los talleres infantiles de verano –que comenzaron el pasado 16 de julio y concluirán el próximo 3 de agosto–, sus galerías blancas y grises, habituadas a los pasos presurosos característicos de los días laborales y al bullicio familiar propio de los domingos, aprovechan la oportunidad para dar cobijo a los movimientos espontáneos e interrogativos de un grupo de niños, cuya creatividad se dispara más allá de sus fronteras, pese a sólo contar con edades oscilantes entre los 7 y los 12 años.
Primer vistazo: los organizadores
Mientras la mañana de verano desafía la llovizna, un rápido vistazo por las inmediaciones del Museo revela, entre las mesas rodeadas de chiquillos, a un equipo de atareados instructores, pertenecientes a múltiples campos profesionales, desde la arqueología hasta las ciencias sociales. Tras abandonar la cotidianidad de la oficina, más cercanos a la guerra que a la tregua –puesto que los avatares englobados en la convivencia con los niños ponen a prueba sus competencias pedagógicas e, incluso, transforman su postura ante la vida–, se aprestan a compartir una mínima fracción de sus conocimientos con los pequeños, pues, desde su óptica, en una aldea global cercana a la automatización y el empobrecimiento humano, resulta necesario fortalecer las capacidades creativas características de la infancia y los rasgos esenciales de la rica identidad mexiquense; de este modo, los niños se hallan en posibilidades de replantear su concepto del arte –en especial, aquél de raigambre popular– y vislumbrar la naturaleza dinámica de la cultura.
Mas, ¿cómo concretar este objetivo en el lapso de un solo verano? Estos talleres proponen un ecléctico conglomerado de actividades que viajan desde la confección de diversos tipos de manualidades, la enseñanza de escritura braille y el cálculo individual de la fecha de nacimiento según el calendario azteca, hasta un par de visitas al Museo, una caminata por el parque Alameda 2000 y un torneo de futbol. De esta manera, los organizadores buscan despertar todos los sentidos de los pequeños y, así, invitarlos a mantener vivo el interés por los sucesos culturales de su entorno, además de alimentar su deseo de volver al Museo el próximo año, dispuestos a vivir un nuevo tiempo de tregua estival.
Segundo vistazo: los niños
En el curso de la mañana inaugural, un primer vistazo desvela un grupo de pequeños muy distinto al observable en cualquier ámbito escolar: vestidos con ropa cómoda y sentados ante mesas rebosantes de materiales cotidianos –como pegamento blanco, láminas de madera y madejas de colorido estambre–, entre pláticas truncas y risas abiertas, concentran sus ojos y sus manos en el bordado de glifos de estilo prehispánico que representan objetos domésticos, animales, caballeros y divinidades. A unos pasos de distancia, algunos más humedecen un puñado de barro y, tras descubrir los matices de su textura –“creo que tiene mucha agua”, afirma, preocupado, un niño de playera verde; “parece plasti”, comenta, alegre, una niña con barro hasta los codos– lo amasan contra una tablilla e intentan moldear vasijas “como las que hay en el Museo”.
Para muchos pequeños, su asistencia a los talleres de verano supone una oportunidad para la interacción y la diversión, “porque así no me quedo yo sola a aburrirme en mi casa, mejor conozco a otros niños”, explica una chica ataviada con un delantal rosa. Por otra parte, algunos la conciben como una experiencia de colaboración y ayuda mutua: ante las dificultades para continuar con su bordado, un pequeño pregunta, desesperado, “¿cómo se hace el nudo?”; su compañero de mesa, con la paciencia en la voz, le responde, sin despegar los ojos de su trabajo, “es más fácil si pones en la aguja dos estambres al mismo tiempo”. Finalmente, otro sector de chiquillos, más curiosos, introspectivos y preocupados por el desarrollo de sus habilidades estéticas, aprovechan la ocasión para preguntar, con una sonrisa vacilante entre la simpatía y la satisfacción, “¿me está quedando bonito?”. La capacidad de forjar un concepto personal de la belleza es, quizá, uno de los resultados más relevantes de estos breves talleres.
Asimismo, al hablar sobre sus actividades favoritas, la mayoría coincide con la elaboración de manualidades, pues “se parecen a lo que hacen los artesanos y a lo que guardan en el Museo” y, al mismo tiempo, representan el producto tangible de verano, ya que “pueden llevarse un recuerdito a casa”; además, demuestran una gran expectación por el torneo de futbol y el paseo por el parque Alameda 2000. Y al final, de forma un tanto sorprendente –dado que encaja a la perfección con las esperanzas de los organizadores–, expresaron con entusiasmo su anhelo por regresar en la tregua vacacional del próximo verano y, de este modo, llenar de calor el nuevo aprendizaje.
2 comentarios:
Hola espero sea la Margarita que conozco
Tu link esta en myspace
www.myspace.com/welcometotheoccupation
que estes bien
Hola Alejandro!
Pues sí, soy la Margarita que conoces desde algunos añitos, ocupada como siempre en menesteres más o menos culturales y extrañando el cine club.
Muchas gracias por el link.
Y también que estés bien tú. Ojalá nos visites con frecuencia.
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