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14 de agosto de 2007

Introducción o porqué la cultura


Por Margarita Hernández Martínez


Que la cultura es invisible es una queja común. No obstante, la vivimos todos los días: desde nuestra forma de vestir hasta las películas que vemos en nuestro tiempo libre, la cultura rige a los espacios públicos y dota de sabor peculiar a los privados. Disfrazada de canción, libro, pintura u obra teatral; empedrada en los edificios históricamente vivos de nuestra ciudad y gestándose despacio en las construcciones más nuevas; latiendo en la cabeza de las abuelas sabias y presentándose como tentación en algún aula de secundaria, la cultura nos persigue y, sin querer, nos determina. Conjugación de experiencia antigua y reciente, se traduce en vida. Desde que el hombre es hombre –y la mujer, mujer, para no herir susceptibilidades–, ha producido abstracciones y objetos culturales, los cuales juegan un papel crucial en la articulación de la vida cotidiana.

A pesar de esta sutil presencia, que la cultura debe promoverse también es un lugar común. Tanto que el presupuesto de egresos gubernamental destina grandes cantidades de dinero –aunque, al parecer, nunca suficientes– para, idílicamente, acercar a los mexicanos a la lectura y al arte. ¿Por qué estos esfuerzos resultan infructuosos? Por que, más que difundir las actividades artísticas, resulta necesario fomentar la capacidad de crítica, y eso sólo ocurre mediante la educación y la sensibilidad. No se trata sólo de ser espectadores: también debe existir una respuesta.

De cualquier modo, en una ciudad en la que, por principio de cuentas, nada se promueve (ni la puesta en escena de los Monólogos de la vagina ni, mal que nos pese, las frecuentes actividades del Centro Toluqueño de Escritores) y, para colmo, tampoco se critica, la cultura puede pasar por inasible o inexistente. En esta página esperamos, aunque sea por un momento, suplir ese vacío, contentos de la libertad que nos ha concedido El Espectador; pero también esperanzados en la voz de nuestros lectores, porque ustedes tienen la última palabra.




* Texto aparecido originalmente en la página cultural correspondiente al mes de abril.

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